Hoy es 30 de enero y cierro mi cuaderno. Cierro la libreta que empezamos a escribir el 16 de junio del año pasado, cuando llegamos a casa después de 51 días de ingreso hospitalario con dos bebés de poco más de dos kilos que compartían moisés holgadamente.
Budesonida, ventolín, antibióticos, hierro, vitamina D, protovit… ¡Que no se nos olvidara nada! Por no hablar de las horas de cada toma, de si eran de biberón o de pecho, las veces que hacían pipí o caca, el peso semanal, la temperatura… No podíamos dejar escapar nada de lo que controlaban a diario en la UCI del hospital.
Al tiempo que la cuadrícula azul se saturaba de información, las carpetas con las citas del hospital empezaban a engordar. Oftalmólogo, neurólogo, infectólogo, neumólogo, pediatra, otorrino… Cada 15 días tocaba volver a pisar la que fue nuestra casa involuntaria durante casi dos meses, y volvíamos con el corazón encogido, asustados, con ganas de salir corriendo después de superar cada una de las pruebas, como si de una gymkana se tratara. En la puerta siempre comprábamos un cupón.
Hoy, después de 9 meses, me he sentido con fuerzas para cerrar las tapas de nuestro cuaderno de bitácora. Hace tiempo que dejamos de escribir en él. Fue poco a poco, casi sin darnos cuenta. Ya no tenía sentido saber si habían tomado el pecho o no porque desafortunadamente la lactancia materna duró poco. El peso saltaba a la vista que iba en aumento, el número de medicinas a administrar se iba reduciendo al mismo tiempo que lo hacía nuestra inseguridad.
Hoy, después de 9 meses, respiramos con alivio certificado. El pediatra nos confirma que todo está en orden y no nos citará hasta julio. Los viajes al materno cada vez se espacian más. La báscula roza los 8 kilos. La libreta se cierra.
Se cierra pero no se tira. La guardo en la caja en la que conservamos unos minúsculos chupetes junto a unos pañales que mi hija mayor utiliza para sus muñecos. La guardo junto a unos gorros del tamaño de una mandarina en una caja en la que no he podido conservar ni la pinza del ombligo ni la pulsera de identificación. Se cierra en un ejercicio simbólico de catarsis.
Hoy es 30 de enero y cierro mi cuaderno. Nos queda mucho por escribir en la vida de nuestras pequeñas pero no en papel milimetrado. Echo la tapa verde de cartón y me acuesto con más espacio en mi mesita de noche y en mi alma. Hoy no compramos cupón.