El biombo blanco se despliega solo en momentos puntuales. Mientras tanto permanece imperturbable al fondo del pasillo. Impoluto. Metálico. Esperando.
La primera vez que lo vi abierto pensé que su función era dar intimidad. Yo misma me había cambiado decenas de veces detrás de uno igual. Aséptico. Hipócritamente pudoroso.
Pero el biombo blanco no entra en acción por algo tan banal como un desnudo de cintura para abajo. El biombo blanco entra en acción para convertir dos metros cuadrados en la superficie más triste del planeta.
Tras él se dan las peores noticias y se ahogan los sollozos más profundos, esos que aprietan la garganta hasta que duele. Tras él se despide lo más querido, por pequeño que llegara a la vida, y se esconde lo evidente, lo que también acecha al vecino al otro lado de la tela.
Si el biombo blanco hablara… Si el biombo blanco hablara quizás podría contar lo mismo que la mochila negra abandonada en el perchero del lactario. Quizás la mochila perteneció a alguien que pasó antes por detrás del bastidor desplegado y no tuvo valor para enfrentarse de nuevo a él o quizás no. Quizás era propiedad de un superviviente del nefasto complemento.
Publicado originalmente en www.queridasenemigas.com
In memoriam de Álvaro, Valentina y demás pequeños guerreros que partieron al cielo demasiado pronto desde el Arroyo de los Ángeles.