Cuando se llega al mundo antes de tiempo tareas tan básicas como respirar suponen un enorme esfuerzo para criaturas minúsculas. Ya no solo se debe a la inmadurez de los propios pulmones , si no también a la incapacidad del cerebro para ordenar a sus compañeros de batalla que funcionen.
Es entonces cuando los padres de niños prematuros añaden un nuevo término a su vocabulario: Apnea. En mi caso esta palabra estaba asociada a esos heroicos buzos capaces de bajar a profundidades increíbles solo con el aire almacenado en sus pulmones.
Al nacer nuestras hijas, el término Apnea pasó a convertirse en sinónimo de pitidos insoportables en el monitor, todo ello sazonado con un nudo en el estómago mientras contábamos el tiempo que duraba la alarma.
Pero, ¿qué es exactamente la apnea? Según explica el jefe de pediatría y neonatología del hospital Quirónsalud Málaga, Manuel Baca, “una apnea no es más que dejar de respirar”.
“En el caso de los recién nacidos, y especialmente en el de los prematuros”, señala, “como la función de respirar depende del cerebro si es un cerebro inmaduro puede ser que no mande esas órdenes o que las mande con un patrón no idóneo para la vida. Eso es muy importante ya que si el bebé no respira adecuadamente no llega suficiente oxígeno a los órganos y esto puede generar secuelas a largo plazo”.
¿Cómo se actúa ante las apneas del prematuro? Según el doctor Baca hay dos tipos de tratamiento dependiendo de la causa de la apnea y de la prematuridad del niño: Mediante cafeína, que se da incluso a los más pequeños porque se sabe que no van a poder mantener la respiración, o mediante técnicas de asistencia respiratoria que estimulan al pulmón y al cerebro.
Métodos de asistencia técnica a la respiración
Según señala el jefe de neonatología de Quirónsalud Málaga “hay ayudas muy básicas como las gafas de oxígeno, que lo único que hacen es aportar ese O2. Es como si el niño viviera en una campana en la que el ambiente no es aire si no oxígeno. Eso es lo más básico y a partir de ahí se aumenta la concentración”.
El siguiente paso serían las gafas de alto flujo en las que además de aportarse oxígeno se añade algo de presión para estimular ese reflejo de respiración y que el oxígeno llegue a todos los rincones del pulmón.
La CPAP sería el tercer nivel de asistencia técnica a la respiración. Es un tubito dentro del pulmón del niño que aumenta la presión para que pueda respirar. Según Baca “hay veces que se aplican variantes y se pone en la faringe porque esa presión es menor ya que el tubo ya no está dentro del pulmón”.
Con la CPAP la máquina mete en el pulmón del niño una presión continuada de aire o aire enriquecido en oxígeno, dependiendo de la situación del pequeño.
Según explica Baca, “hay un reflejo en el pulmón por el cual cuando generas la distensión muscular se origina un mecanismo nervioso que recuerda al cerebro que debe respirar y el cerebro, a su vez pone en funcionamiento los músculos respiratorios”.
En el caso de que ninguna de las medidas expuestas hasta ahora fueran suficientes se recurriría a la BIPAP, con la que en lugar de presión continua ordenas que la presión sea continua pero diferente durante las inspiraciones y las expiraciones.
El siguiente paso sería una máquina que manda respiraciones completas mediante un tubito dentro del pulmón mientras que el último escalón sería una respiración controlada. En este caso el niño, por la gravedad de su problema, no es capaz de hacer ninguna respiración y es la máquina la que lo hace todo por él.
Y así se van subiendo los seis peldaños de una escalera de asistencias técnicas a la respiración. Una escalera que nadie quiere subir y que se mira de reojo desde el rellano cruzando los dedos para no tener que girar la cabeza cada vez que suena un pitido sobre la incubadora.